La vertiginosa y aplastante carrera tecnológica ha convertido a la cibernética en el modelo estético dominante. El ciber-cuerpo -o cyborg-, no es más que un cuerpo con prótesis opto-electrónicas exteriores a él, o insertadas de manera permanente para que sean controladas directamente por el cerebro.
Este presupuesto cientificista insinúa que el cuerpo alcanzará su máximo potencial tanto físico como mental a través de una parafernalia tecnológica.
A todo esto, el arte responde dándole la vuelta a las utopías tecnicistas. La participación del arte conceptual ha sido crítica y creativa, a diferencia de las Bellas Artes, que no se han abierto del todo al debate actual. En el recorrido de este arte encontramos numerosas intervenciones en el proceso tecnocientífico: desde la invención de cascos visores, guantes de datos o piezas robóticas en los años setenta, hasta el abandono reciente del ciberes-pacio (¿temporal o definitivo?), al buscar la imagen en tecnologías sutiles para el cuerpo tanto a nivel físico como intelectual.
Por su parte, el bodyart -el arte que utiliza cuerpo como soporte-, tiene ahora una nueva versión interactiva. Extrañamente, a este nuevo cybodyart se le ha agregado un tipo de cibersexo tratado por "la mano del artista" que opaca el sexo explícito mediante una suerte de Kamasutra seudohedonista. El sistema empieza cuando el cuerpo es capturado durante el acto sexual o autosexual a través de una video-cámara; luego se le aplica una prudente descarga de efectos especiales procurada por la implantación de preceptos ajenos a la libido. En otras palabras, el mercado busca la bendición del arte para efectos de fascinación y buena presentación de sus productos.
Pero el bodyart tiene una pasado cibernético. En los 70, el artista australiano Stelarc experimentaba la "ciberestética" mediante la concepción y creación de una mano electrónica que utilizó en un performance. La pieza fue controlada directamente por su cerebro a través de electrodos ajustados sobre la cabeza. De esta manera escribió evo-lut-ion, tres sílabas, con cada una de las tres manos. (Cabe añadir que, para esa década, solo existían en el mundo tres manos cibernéticas y una de ellas fue la creada por este artista).
El año pasado, el Centro de Estudios Visuales Avanzados (CAVS) del Tecnológico de Massachussetts, desarrolló una obra en la que los artistas portaban pequeños monitores de televisión sobre la boca que les permitían filtrar su voz al sistema de imágenes. Aunado a este evento, se escribió un manifiesto ciberfeminista que coloca al cyborg como una máquina de guerra masculina y se manejó el concepto del emigrante que vive en un medio de desolación y marginalidad política.
Sin duda, los sistemas inter-activos son los de mayor impacto en el público. Pareciera que de esta manera la tecnociencia nos hablara; que las matemáticas, la biología y la física se nos manifestaran a través de los aparatos; que mediante un enorme despliegue tecnológico alcanzáramos una inteligencia que nos hiciera libres. Pero el asedio de imágenes se explica por el reinado de la óptica, que es hoy lo que fue la física atómica a principios de siglo. De esta manera, las ciencias básicas se visualizan y acuden tímidamente a los territorios de las artes visuales y la música.
Sin embargo, el arte no es la imagen en sí. Hay que asumir que, en las regiones del arte, el espectador es trasladado a un universo ambiguo e innecesario donde forma, color y espacio no tienen relación alguna con el mundo real, o si la tienen, es pura casualidad. En esas regiones se unen concepto, técnica y percepción para establecer el goce estético. Y aquí es donde se ha instalado la publicidad ciberestética que asegura satisfacer las necesidades del arte y hacer artista a cualquiera que compre un multimedia. Uno estaría tentado a preguntarse ¿qué es lo que entiende la tecnología por arte?, ¿por qué se atasca al cuerpo de aparatos para "percibir" el arte? Y en otro lado, ¿qué sucede con el hartazgo en la práctica cibersexual?
Hay numerosas instancias para responder estas preguntas; lo cierto es que el arte tradicional guarda un sepultural silencio junto a un público zen que se pasea por galerías y museos ajeno a todo. En el caso del cibersexo sucede algo interesante. Resulta "viable" para satisfacer el sexo y reconocer la auto-sexualidad, pero es repugnante por obligar a un asiduo consumismo de sistemas computacionales. Así, el cuerpo de la persona amada -si es que se trata de un asunto romántico o de una urgencia amorosa-, se guarda en un CD-ROM donde siempre está dispuesto a "amarnos" y desde donde nos solicita nuevo software que le permita realizar algunos cambios y esquivar el aburrimiento causado por la repetición del mismo acto sexual. Esta "ciberte-rapia de pareja" establece la posibilidad de un psicoánalisis para ese amor congelado y técnicamente inmortalizado.
Vista de afuera, la sexualidad del cyborg se fundamenta en la práctica de la masturbacion con volumen opto-electrónico. De ser una practica normalmente solitaria, pasó a las regiones publicas del ciberes-pacio a un costo elevadísimo. Pareciera que es la utopía amorosa la que autoriza dicho traslado; que el cibercontrol de la libido garantiza ese mercado.
Secretos públicos, supremacía de la metáfora, protuberancias sexuales, éticas cientificistas y una exacerbada recurrencia a la teoría del caos configuran hoy la libertad cibernética. Fin de un sistema, deseo, azar, amor en red, amor en CD-ROM, son las nuevas variables para la psicología y el psicoanálisis, las ciberetcéteras de la seudociencia