La parte del público que no compra, aunque demuestra cierto interés por el arte, sirve notablemente (aunque de una forma indirecta) para aumentar las ventas, porque, al contribuir a elevar el prestigio social de las obras de arte las convierte en más apetecibles para los pocos que pueden permitirse el lujo de adquirirlas.
De hecho, una gran parte del placer de los poseedores de obras de arte nace del hecho de sentirse superiores a todos los que deben limitarse a desearlas o a "disfrutarlas" sólo estéticamente.
Los aficionados que frecuentan regularmente las galerías por puro placer estético, sin interesarse por el valor económico del arte, no existen en la práctica.Por consiguiente, dejando al margen los visitantes ocasionales, el que frecuenta las galerías sin comprar nada es porque no tiene dinero o hace poco tiempo que se interesa activamente por el arte.Estos últimos, compradores y coleccionistas en potencia, condicionados por la atmósfera del ambiente la mayor parte de las veces, al cabo de cierto tiempo empiezan a efectuar alguna adquisición.
Si le cogen gusto a la cosa y continúan comprando, obsesionados por el cultivo de los "nobles intereses", al poco tiempo se consideran cada vez más expertos y, casi inevitablemente, se convierten en verdaderos y auténticos coleccionistas.
Por supuesto, que los coleccionistas no presentan una categoría homogénea sino que se pueden dividir en pequeños, medianos o grandes, por un lado; y también en coleccionistas con finalidades culturales o especulativas, o bien de tipo mixto.